¿Por qué el populismo no es democrático?

Golfillos (1670-75), Bartolomé Esteban Murillo

Es una creencia muy extendida la idea de que la democracia consiste en el consenso de las mayorías. Nuestras intuiciones más básicas no son contrarias, en principio, con esta forma de pensar la democracia. Creemos que es un asunto de justicia básica el que cada individuo cuente como uno, y solo como uno, cuando decidimos representantes a los cargos públicos o, por ejemplo, si tenemos ocasión de votar por alguna política pública. El asunto parece complicarse bastante cuando advertimos que hay algunos aspectos de la vida política que sufrirían lesiones irreparables si se los deja en manos de la mayoría. Asuntos de orden constitucional están dentro de este conjunto, así como derechos individuales básicos que los ciudadanos poseen.

No obstante, muchos individuos pueden creer que es una actitud antidemocrática afirmar que ciertos elementos están fuera del alcance del poder de las mayorías. Esta sensación se agrava cuando los propios órganos de un Estado territorial no tienen la última palabra cuando se deciden estas cuestiones, como es el caso de la CorteIDH, cuyas sentencias obligan a los Estados, en la región, a cumplir sus fallos. En esta situación, el problema parece haber adquirido una naturaleza más compleja que involucra nociones de soberanía popular. ¿Por qué estoy en la obligación de observar un criterio fundamental si no he sido implicado en el proceso de decisión del mismo? Si no he podido oponerme al matrimonio homosexual o al aborto, ¿Por qué debo respetar dichas decisiones o políticas?

Aquellos que formulan sus objeciones contra este tipo de derechos a menudo lo hacen bajo la creencia firme de que la democracia ha sido comprometida seriamente y que nos encontramos bajo el dominio de un cierto tipo de moralidad pervertida. En nuestro país, a esta concepción moral se la ha llamado de diversas formas: Ideología de Género, Pensamiento Caviar o Marxismo Cultural. Quienes defienden tal forma de moralidad son vistos, por la mayoría, como sospechosos de saltarse las reglas democráticas y, en suma, romper el orden legal. Algunos podrían objetar que de no protegerse derechos fundamentales las lesiones infligidas a las minorías serían de tal gravedad que ocasionarían una consternación profunda en todos los miembros de la comunidad. Pero esto no es un problema real para aquel que ha adoptado dicha concepción de lo que significa la democracia. Algunos creerán que lo ganado, en términos de conciencia moral, compensa con creces los daños que sufren las minorías; otros pueden considerar que la democracia lleva implícitos tales riesgos y que asumir las derrotas es parte del juego democrático.

Estos rasgos describen bien el fenómeno conocido como populismo. El populismo es la convicción de que los elementos de la vida común están en manos de la masa y que las decisiones adoptadas de forma asambleísta y a mano alzada son paradigmáticos de la vida política. El populismo ha dado lugar a una gran literatura sociológica, pero en lo que quiero detenerme es en la formulación de principio que sustenta su dinámica. Parece ser que el populismo considera que su fuente de inspiración última es el concepto de igualdad. Si los individuos deben ser tomados como iguales, las reglas de la vida en común deben estar sometidos a un proceso de decisión en el que todos tengan la misma posibilidad de elegir cuáles pueden ser estas reglas. De ahí que muchas organizaciones políticas usen el término “popular” en relación con la idea de legitimación, y por extensión, con la noción de democracia.

Me he permitido plantear el problema en estos términos porque considero que hacemos un flaco favor a la democracia cada vez que acusamos al populismo de mala conciencia. Aquellos que defienden tal concepción política consideran que en último término están defendiendo un derecho fundamental, el derecho a ser tomados por igual en las decisiones que afectan a la sociedad. Así las cosas, lo que habría que examinar es si en verdad el populismo se condice con el principio de igualdad.

Quisiera poner un ejemplo imaginario que nos permitirá sacar algunas cosas en claro. Imagine que usted y sus amigos desean saber quién es el más veloz del grupo. Deciden zanjar el asunto a través de una carrera de velocidad. Como todos tienen actividades durante la semana, se organizan para competir un domingo en la mañana y resolver, finalmente, la cuestión. Llegado el día, todos los convocados aparecen en la pista, pero es evidente que uno de ellos padece un resfrío severo. Su amigo, sin embargo, parece querer competir de todos modos. En este punto, un sentido elemental de justicia nos indica dos posibles opciones: se puede postergar la competencia hasta que su amigo se haya recuperado, o también, se le puede dar una ventaja de algunos metros que equilibre la carrera. Imagine ahora que el grupo en cuestión decide votar una tercera alternativa: competir de todos modos sin darle ninguna ventaja. Hay algunas razones por las cuáles esta opción pudiera parecer plausible, podría ser que su amigo se sintiera suficientemente capaz de competir incluso estando enfermo, o que los demás piensen que era su responsabilidad ocuparse de su salud días previos a la carrera. Como sea, una decisión en este último sentido desafía nuestras intuiciones básicas de igualdad, y, sin embargo, puede ser elegida por todos. Sin duda, votar por realizar la carrera sin darle ninguna ventaja a su amigo nos parece injusto porque lo que estamos vulnerando es un sentido de igual consideración para con todos los involucrados y eso nos compromete con una discriminación ulterior en el caso del amigo enfermo que no se resuelve, aunque éste último convenga en participar de la carrera de todos modos.

Lo que nos muestra el ejemplo es que existen, por lo menos, dos sentidos en que se puede entender la idea de igual consideración. El primer sentido, familiar a los grupos populistas, es la idea de igual consideración política, esto es, que cada individuo es considerado un participante apto cuando elegimos determinadas políticas; pero hay además otro sentido de la igualdad que tiene que ver con el derecho más fundamental a una igual dignidad. Esta distinción es importante porque lo que se oscurece en el fenómeno del populismo es que, aunque los grupos minoritarios puedan participar políticamente están expuestos a ser vulnerados en su derecho a ser tratados con igual dignidad. Este derecho implica que nuestro sentido de la justicia debe ajustarse a las necesidades especiales de grupos que han sido históricamente desfavorecidos. Sin este ajuste, la igualdad política, a secas, es sólo un pretexto para imponer una ventaja no convencional de tipo étnico, económico, cultural, etc. Pero, y esto es lo esencial, ser tratado con igual dignidad significa que el poder político nunca puede tratar de forma indigna o degradante a ningún individuo porque ello significaría que existen por lo menos algunos individuos considerados inferiores en la sociedad.

Creo que esta diferencia se condice con otra ya advertida, y con mucha más elocuencia, por Rousseau en el Libro II del Contrato Social, cuando hace una diferencia entre la voluntad general y la voluntad de todos. Rousseau considera que cuando se forman asociaciones suficientemente grandes en la comunidad la voluntad de los asociados se vuelve general respecto de los miembros y particular respecto del Estado. De este modo ya no existen tantos votantes como hombres sino como asociaciones. De ahí que la voluntad de todos sea sólo la suma de voluntades particulares que ven por su propio interés y no por el interés público. Así el mecanismo de mayorías no siempre expresa un interés colectivo sino particular respecto de aquello en que han convenido. Y esto es especialmente pernicioso cuando una minoría no tiene ningún mecanismo para protegerse del poder político.

Esta es la razón fundamental por la que vivir en democracia significa también respetar la dignidad de los seres humanos incluso cuando no se comparta la propia visión moral del mundo. La conclusión que podemos sacar es que el populismo no es coherente, en último término, con el principio de igualdad ya que finalmente la igualdad política deriva de un principio más general sobre la igual dignidad de todos los seres humanos. Cada vez que el populismo vulnera derechos fundamentales quiebra el principio de igual dignidad porque somete a las minorías a una condición de inferioridad que es del todo injusta e inaceptable.

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