La iglesia de Roma

Iglesia de San Clemente (Roma 1863),
Lawrence Alma-Tadema 

Una iglesia en cuestión

La renuncia del actual papa reinante Benedicto XVI, ha supuesto para los fieles y los no tan fieles, en las semanas posteriores al anuncio, un ejercicio de reflexión que pone en cuestión a la jerarquía de la iglesia católica. Sobre el significado de la renuncia, varias razones se han pensado y expuesto de forma muy articulada en dos entradas interesantes: "La renuncia del Papa, un signo de los tiempos" y "El Papa y la renuncia", de los filósofos prácticos Alessandro Caviglia y Gonzalo Gamio respectivamente. No abordaré la cuestión sobre los motivos que han llevado al Papa a renunciar, la información compartida es suficiente para entender que hay una preocupación sobre los problemas tanto de la institución eclesial (corrupción de obispos, los delitos de pederastia, etc.) como del espacio que tiene la iglesia en el mundo contemporáneo. La situación de la iglesia católica según los expertos es de una iglesia en retirada en el mundo europeo principalmente por los escándalos de abusos a menores a diferencia de lo que acontece en Latinoamérica o áfrica en donde se sitúa un 25% de católicos del mundo. Los problemas de una iglesia en franca decadencia frente a otras instituciones religiosas parecen tener eco en el desarrollo del pontificado de los dos últimos obispos de Roma.

El Papa Juan Pablo II fue sin duda un hombre carismático y de mucha popularidad durante su pontificado sin embargo lo que fue transversal a su labor pastoral fue la experiencia del comunismo. Así el Papa peregrino vio con peligro el desarrollo del escepticismo religioso comunista. Alistó entonces sus baterías en contra del régimen soviético en su encíclica Redemptor hominis de 1979, y su primer documento social el Laborem exercens de 1981. Pero no sólo en esa línea puede leerse su defensa de la iglesia, tuvo una incesante labor de mediación entre las distintas tradiciones religiosas abriendo canales de comunicación; su trabajo dedicado a aplicar el Concilio Vaticano II tuvo el objetivo de abrir la iglesia al mundo, su defensa de diálogo inter-religioso y preocupación por la familia, por la educación, por la cultura, por la formación cristiana y teológica, etc. se sitúan en las líneas del Gaudium et spes (n. 22): "El misterio del hombre sólo se ilumina en el misterio del Verbo encarnado". Así el hombre se hace central en la labor pastoral. Estas actitudes buscaban afianzar el programa católico no radicalizando sus posturas, sino moderándolas de cara al mundo cristiano contemporáneo; en otras palabras, Juan Pablo II buscaba acercar la iglesia al mundo sin intentar censurarlo a nivel pastoral, éste puede ser el motivo de que la teología de la Liberación de Gutiérrez fuese admitida por su atención en la misión pastoral aún a pesar de las críticas implícitas a la doctrina tradicional.

Pero Juan Pablo II ha sido duramente criticado como un papa conservador por teólogos disidentes como Küng, y sin duda, ha tenido actitudes conservadoras: su posición frente a la homosexualidad, la presencia de las mujeres en la jerarquía eclesial, el uso del preservativo, y la actitud permisiva -a veces favorable- frente al enquistamiento institucional de grupos como el Opus Dei, Los Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación han servido para que a Juan Pablo II sea motivo de muchas confusiones a la hora de situarlo como un papa tradicional o uno progresista. Mi opinión es que Juan Pablo II hizo toda esta gimnasia espiritual para responder a la cuestión de la institucionalidad de la iglesia católica. Por un lado le preocupaba una iglesia en retirada y la abrió a los hombres y mujeres del mundo contemporáneo; pero sin duda estaba intentando crear institución, una institución fuerte que pudiera aún conservar el poder político que mantiene unido a un mundo cristiano homogéneo. Para ello necesitaba a los grupos conservadores de su lado, para mantener ventaja frente a otro tipo de creencias desorganizadas y difusas.

Benedicto XVI ha seguido esta labor, su postura conservadora le ha llevado a reconfigurar el colegio cardenalicio, en donde ha tenido una labor muy activa, catapultando una vez más el poder de los grupos conservadores en la iglesia. Su renuncia supone el conocimiento de su misión como líder de transición en una iglesia fuertemente cuestionada por el mundo secular, sus fuerzas le fallan, y así decide apostar una vez más por el ideal de una institución sólida a nivel jerárquico. El Papa siente nostalgia por una iglesia medioeval.


La formación de la monarquía eclesial

Las primeras comunidades católicas tenían una preocupación constante por la institucionalidad de la iglesia, era una preocupación natural ya que el imperio romano perseguía constantemente a los fieles, lo que la iglesia debía hacer era responder en dos frentes: primero había que trabajar para organizar una institución fuerte que pudiera tomar las medidas necesarias de defensa de la comunidad católica y en segundo lugar había que preservar el mensaje de Dios para las futuras generaciones. El historiador Michael Oakeshott ha podido identificar dos instituciones que pudieron responder con suficiente éxito a ambas necesidades: Potestas y Autocritas.[1] La primera, la Potestas era entendida como un derecho a gobernar que había sido transmitido a San Pedro por Dios y sólo ante él respondía, con la potestas el obispo de Roma, que había logrado desplazar la iglesia arriana y céltica, pudo consolidar su gobierno como Papa, cabeza de la cristiandad. El Dictatus papae Gregorii VII de 1075 del Papa Gregorio VII[2] establece con claridad el imperio que tiene el papa como gobernante de todos los cargos eclesiales incluyéndose en ellos el cargo de emperador, es decir de otros gobernantes. Por la autocritas el Papa se convertía en guardián de la doctrina oficial de la iglesia, de la tradición que venía desde San Pedro. Ésta institución no obstante se extendió hasta lo que se creía como el poder de aconsejar a los gobernantes ya que estos ejercían cargos eclesiales, por ejemplo Inocencio III aconsejó a Juan pactar con los nobles de Inglaterra hacia el 1215.[3]

Como vemos la formación de una teología tradicional que custodia desde la perspectiva del derecho canónico la institucionalidad fue necesaria para consolidar el poder monárquico en la iglesia. La formación de una política eclesial en la que la institución sistemática y funcional pudiera organizar de manera eficaz los asuntos de la fe. Michael Walzer señala:

La reforma hildebrandina [gregoriana], impulsada durante años por la burocracia de Roma, fue seguramente parte de un proceso de racionalización que implicaba un decidido ataque a esos misterios (el culto al rey taumatúrgico y el carácter sacramental de la coronación) que habían invadido el mundo político. Los reformadores intentaban restringir el misterio a la esfera religiosa (y organizar allí su administración). Basándose, por lo menos en parte, en esta restricción, intentaban asimismo limitar la autoridad de los reyes seculares y establecer una supremacía papal y un nuevo orden moral.[4]

Así el imperator medioeval, a diferencia de lo que entendemos hoy por emperador, no gobernaba sobre un territorio, era protector de la Respublica Christiana, esta figura venía como muchas otras de la cooperación que habían tenido los emperadores romanos con los obispos desde la conversión de Constantino; era una figura que buscaba principalmente un gobernante secular que hiciera las veces de espada y escudo de la fe. El resultado de todo esto es una idea corporativa de la iglesia. Sobre lo expuesto se acaba de publicar un post del teólogo de la liberación Leonardo Boff que aconsejo leer.

La Reforma luterana cuestiona radicalmente la dependencia de todas las órdenes eclesiásticas al dominio de Roma, y acierta en el problema, el Papa de Roma había logrado convertirse en un Rey Sacerdote que dominaba a todas las demás iglesias y al mundo secular allí dónde los reyes reconocían su poder. Lutero respondió ante esto con un cisma que supuso la formación de una iglesia alemana. Las posteriores iglesias protestantes son herederas de ésta ruptura y cada una articuló a su manera la experiencia religiosa: el luteranismo se plegaba casi con violencia a la Biblia mientras que el calvinismo tenía una pretensión reformista políticamente activa; la reforma impactó el mundo moderno con un mensaje muy claro: la iglesia romana no era más iglesia universal.


La iglesia y el mundo moderno

La historia de la iglesia romana ha sido pues la historia de una comunidad profundamente interesada en constituirse como un cuerpo político perfectamente funcional y con suficiente influencia en todo el mundo. Un imperio simbólico con pretensiones políticas claras. Para cuando la guerra de religiones estalla y el liberalismo político logra organizarlas nuevamente en torno a la idea de tolerancia, la iglesia ya estaba profundamente en sintonía con éste espíritu monárquico. La iglesia protestante, que había combatido a nivel “espiritual” este positivismo estaba premunida contra la misma afección y su posterior desarrollo le hizo introducirse en comunidades más o menos pequeñas sin pretensiones de dominio.[5]

El liberalismo no parece tocar a la iglesia romana a lo largo de todo el curso de la modernidad. Se mantiene como una estructura cerrada a la que  interpretaciones liberales de la teología pueden causarle mucho daño. Esta actitud la ha llevado a una defensa cerrada de sus miembros en temas muy delicados. La cuestionable alianza de determinadas posiciones conservadoras con regímenes totalitarios ha sido fruto de este esfuerzo por reactualizar esta institucionalidad. Todo parece indicar que la renuncia de Benedicto XVI abre un nuevo debate sobre la concepción de una de las tradiciones religiosas más importantes del mundo moderno. Se aprecia con toda claridad en la apuesta por los pobres de la Teología de la Liberación; éste esfuerzo que nace producto de una circunstancia regional ofrece oportunidades interesantes. De cara a la coyuntura presente, la iglesia en sus representantes más progresistas debe plantearse seriamente la tarea de emprender una teología liberal que pueda desarticular la institucionalidad monárquica y reemplazarla por una comunidad dialogante de interpretaciones teológicas que pueda mantener a los católicos unidos y a la vez libres. Sólo en esta última figura se podría pensar en una iglesia que acepte las exigencias de los distintos grupos que plantean preguntas sobre la participación de las mujeres en la jerarquía, el celibato de los sacerdotes, la posición respecto de la comunidad homosexual, entre tantas otras.

Mi interés aquí es mostrar que la iglesia romana podría volver a ser sólo romana y católica frente a otras configuraciones eclesiales que muestren compatibilidades unas con otras en una familia de concepciones religiosas. Ésta es la actitud del liberalismo, una familia de concepciones que manejan intuiciones afines y desarrollan programas más o menos similares de cara a la salvaguarda de la libertad. La iglesia podría articular sus pretensiones más razonables en una suerte de religión de religiones que pudiera estar atenta a las exigencias del mundo moderno sin perder de vista el contenido central: la palabra de Cristo. La comunidad católica debe estar atenta porque otra parece ser la pretensión de la iglesia, creo que tendremos en el futuro una fuerte corriente conservadora, y ahora más que nunca la iglesia necesita que sus miembros se hagan cargo de ella.

                                        
[1] Cf. OAKESHOTT, Michael, Lecciones de Historia del Pensamiento Político. Vol. I. Madrid: Unión, 2012, p. 281.
[2] La reforma cluniacense en la que estaba inmerso Gregorio VII, buscaba purificar la iglesia de la simonía y el nicolaísmo que preocupaban profundamente a este grupo, en buena cuenta querían purificar a la iglesia de sus influencias feudales y locales. Cf. BERMAN, Harold, La formación de la tradición jurídica de Occidente. México, D.F: FCE, 1996, p. 97
[3] El gobierno de la iglesia fue el perfecto modelo de una monarquía absoluta, frente a ésta la monarquía feudal que se vivía en Inglaterra era un ejemplo de monarquía condicional en la que el rey tenía obligaciones para con los súbditos antes de las que tenía para con Dios, sin duda éste rasgo fue decisivo para la caracterización de los procesos políticos que se sucedieron en la modernidad en Inglaterra y Francia.
[4] WALZER, Michael, La revolución de los santos. Buenos Aires: Katz, 2008, p. 21.
[5] El Calvinismo sin embargo tenía una actitud avasalladora  resultado de la autoconcepción como miembros de una comunidad de santos. No obstante la diferencia con la iglesia romana estriba en su visión del mundo. Para la teología agustiniana el mundo era civitate diaboli, estaba profundamente corrupto; la perspectiva calvinista en cambio tenía que dar muestras de la salvación y por tanto importaba un trabajo sistemático y organizado de activismo político. La relación con el mundo era en el último caso de apertura y reforma.

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