El Liberalismo como posibilidad de Construcción Política
John Rawls |
Pensamiento político en los siglos XIX Y XX[1]
El desarrollo del pensamiento político en el siglo XIX estuvo marcado por el uso de la razón como criterio discursivo, tanto conservadores como progresistas tenían en común la confianza en que la discusión sobre las más profundas diferencias conceptuales en torno al Estado, al poder político, a los fines de la sociedad, etc., debía dejarse en manos de los más capacitados intelectuales. Esta situación obedeció a una tradición de reflexión: la ilustración que cede paso a la modernidad, y su continuo desarrollo en las formas disciplinarias humanísticas habían puesto énfasis en la importancia de que sean razones y no sentimientos o influencias extraconscientes lo que determinara la comunicación de nuestras perspectivas sobre la naturaleza humana. La tradición del pensamiento político había estado en manos de filósofos cuyo trabajo había desarrollado un lenguaje teórico potente. Los pensadores del siglo XIX bebieron del pensamiento hegeliano, el resultado fue la sospecha de un orden independiente y objetivo al que apelar, un criterio que pudiera ordenar un conjunto de hechos y darles sentido o significancia, la aproximación a una «verdad». La inquietud decimonónica fue la conjetura sobre una posibilidad de entender de manera objetiva nuestras relaciones sociales.
Fue este el clima que inspiró la revolución de 1848 que terminara con el paisaje absolutista de las monarquías europeas. La búsqueda de una naturaleza humana en el pensamiento político fue un intento de explicar con qué categorías se puede comprender mejor al ser humano, cuando Marx rechaza la política de Bentham no está solo acusándolo de no conocer datos empíricos sobre la conducta o la historia, o de una inconsistencia lógica; lo que intenta decir es que no conoce correctamente la naturaleza humana; ésta había sido la tarea de intelectuales que inspiraron luego nacionalismos o individualismos humanitarios, lo cierto es que los cambios sociales estuvieron asociados al uso argumentativo de las diferentes escuelas que buscaban los mejores métodos para desentrañar estas razones últimas.
El tránsito hacia el siglo XX, se caracterizó por la exacerbación de los nacionalismos y por la pérdida de confianza en la razón, figuras como la de Freud o Bergson, ayudaron —quizá sin advertirlo— a que las discusiones centrales del mundo político emplearan categorías no racionales, el uso cada vez más recurrente de factores como los culturales, sociales o espirituales fundamentaron la acción política. El absolutismo, combatido antes por ser el mayor enemigo de las más básicas libertades individuales, fue reemplazado por los totalitarismos quienes tomando las premisas cientificistas creyeron poder deducir una normatividad social y política. La nueva tendencia era eliminar las preguntas fundamentales, para ello era menester replantearlos en función a lo que se pudiera considerar socialmente prioritario, ello dio pábulo a una nueva cultura tecnocrática. Si las cuestiones más profundas sobre nuestra historia y sociedad eran objeto de una metodología científica, los problemas políticos debían plantearse en función de respuestas técnicas. Tanto Hitler como Stalin estaban convencidos de que los problemas de la pobreza, la incultura, el analfabetismo, que atribuyeron a distintas raíces, solo podían tener una respuesta en relación con los medios necesarios para alcanzar objetivos; fue este el motivo del potenciamiento a la industrialización. La teleología de los Estados del siglo XX, a saber, una esperanza por el «devenir de la historia» dejó una brecha vacía entre el fin mismo y los medios para alcanzarlo, brecha que aprovecharon el positivismo y el utilitarismo: se reforzaron aquellas disciplinas que pudieran producir bienes utilitarios y se eliminaron los criterios complejos que entorpecieran el mecanismo de producción eficaz de estos bienes colectivos; fue así como el positivismo lógico logró establecerse como el nuevo paradigma de labor intelectual, pero su ascenso fue sólo parcial, para lograr entronizarse había sacrificado su más básica pretensión, la de construir un criterio de verdad al que las disciplinas pudieran apelar distanciándose del oscurantismo metafísico y reduciendo a mera frivolidad el ámbito de lo artístico[2]. Las ciencias positivas fueron instrumentalizadas y el lenguaje técnico reemplazó nuestra tradición reflexiva en el escenario político, palabras como «verdad» o «justo» fueron despojados de significación. Isaiah Berlin pudo darse cuenta de esto y nos dijo en 1949:
Lo verdaderamente típico de nuestra época es un nuevo concepto de la sociedad, cuyos valores no son analizables en función de los deseos o el sentido moral que inspiran la visión que tiene un grupo o un individuo de sus fines últimos, sino en función de algunas hipótesis fácticas o de algún dogma metafísico sobre la historia, la raza o el carácter nacional, a partir del cual las respuestas a la cuestión de qué es bueno, justo, necesario, deseable o apropiado se pueden deducir «científicamente», intuir o expresar en un determinado comportamiento.[3]
En una situación tal como la que tocó a mediados del siglo XX, el panorama político ofrecía dos caminos: por un lado países como: Inglaterra, Francia, Holanda, Suiza y EE.UU., espantados de los excesos estatales europeos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial organizaron sus sociedades bajo los cimientos del constitucionalismo clásico, un sistema de controles políticos. El otro camino estuvo representado por Rusia, Austria, Japón, Italia y España quienes en su lucha contra el comunismo se entregaron a regímenes totalitarios. Lo común en ambas fue el crecimiento de la industrialización y de las disciplinas científicas positivistas. Por su lado los atemorizados académicos huían hacia América. Horkheimer, Adorno y Marcuse, estaban más interesados en desvelar los significados latentes de las expresiones de la sociedad, la llamada Teoría Crítica de la sociedad estuvo concentrada en los símbolos sociales y dejó la política y el derecho en manos de juristas. Aunque la caída de la U.R.S.S. significara el término de una época de opresiones evidentes, el mundo político estaba lleno de nuevas categorías como “eficacia”, “práctico”, “nación”, etc., que eran los vestigios de un cientificismo radical.
El liberalismo político y la discusión sobre la justicia política, son sin duda, el esfuerzo de retomar en clave filosófica la interrumpida discusión de los fenómenos de la vida política y del derecho. Rawls vuelve sobre Kant al reflexionar sobre el marco de la razón práctica. Las ciencias políticas y el derecho positivo, que en buena cuenta, solo hacían una labor descriptiva y de articulación cerrada, serían desplazadas por una cada vez más prolífica producción de textos que pretendían comprender los elementos de las sociedades modernas. Autores como Thomas Nagel, Michael Walzer, Brian Barry, Jürgen Habermas, Otfried Höffe, entre muchos otros, forman parte de esa nueva tradición de reflexión en torno a las cuestiones como legitimidad, pluralismo, justicia distributiva, desobediencia civil, entre otros tópicos.
John Rawls y el constructivismo político
El pensamiento de John Rawls, ha influenciado desde los setenta a las generaciones posteriores que se han ocupado del tema de la «justicia» como el criterio que debe fundamentar la acción política, esta simple idea que parece tener mucha evidencia en el sentido común, ha sido objeto de crítica incluso en los siglos más florecientes del pensamiento político y filosófico. El trabajo con el que Rawls abre este nuevo debate —Teoría de la Justicia— no tiene por objetivo ser una teoría sobre el liberalismo en la forma de la tradición anglosajona del pensamiento liberal, aunque él se encuentra inmerso dentro de esta tradición; no obstante, sus esfuerzos se dirigieron a presentar una teoría de la justicia que se pudiera oponer al utilitarismo, que como dijimos, ganó mucho terreno en los años de la guerra fría.
Es necesario que podamos identificar que el llamado «neoliberalismo» de corte económico, no forma parte de esta reflexión; el utilitarismo contra el que se opone Rawls se encuentra institucionalizado en la forma de la economía liberal más radical; en años recientes el crecimiento de la corriente denominada en el mundo anglosajón como Law & Economics que utiliza los métodos económicos para explicar fenómenos jurídicos forma parte de la creciente influencia del criterio utilitarista para abordar los problemas políticos. Rawls logra romper la injerencia de la esfera económica sobre la política, sin evitar que estas se sigan comunicando pero esta vez bajo principios de justicia. Lo central de este punto es decir que este liberalismo no es un liberalismo en sentido estricto, ya que solo es una defensa de las condiciones económicas que garantiza los fines de un grupo de libertades las económicas, y no una defensa de todas las libertades ciudadanas esenciales.[4]
En Rawls encontramos que la filosofía moral y política tiene una conexión en el valor político de la justicia, por ello existen múltiples referencias al pensamiento moral, sobre todo al kantiano. Rawls toma de Kant los principales fundamentos de su tesis sobre la justicia procedimental, la idea de construcción política la hace basándose en la construcción moral kantiana. Asimismo su visión sobre el razonamiento práctico respalda su idea de «la posición original» como posibilidad de construcción, esta idea encuentra su correlato en el uso que hace Kant de la palabra vernünftig para designar tanto nuestra racionalidad como nuestra razonabilidad en el uso cotidiano que damos a esos términos.[5] Por otro lado el problema de la motivación moral de la persona queda explicado desde Kant por lo que entendía como los fines de la razón. De esta forma se regresa a Kant porque encuentra suficientes herramientas para romper la tradición utilitarista, y en este extremo vemos que Kant inicia el liberalismo político que se remonta a Locke, y que llega hasta Rawls.
La Teoría de la justicia ocasionó grandes críticas por la articulación de su planteamiento moral y político que parecían no entrañar diferencias en su exposición, así también se criticó el uso de una concepción abstracta para definir relaciones concretas[6]; y fue hasta la publicación de Liberalismo Político de 1993 que Rawls pudo desarrollar sus ideas logrando una importante claridad y alcance sobre la concepción de la justicia política y su justicia como imparcialidad. Rawls eleva a un nivel de abstracción mucho mayor la idea del contrato social, y es su planteamiento una idea de la justicia postconvencional.
Liberalismo Político: ideas fundamentales
La pregunta central de Rawls es: ¿Cuál es la más apropiada concepción de la justicia que especifique los términos justos de la cooperación social entre ciudadanos considerados libres e iguales? Lo que sucedía en el mundo político era que una determinada doctrina podía ejercer predominio sobre las otras formas de pensamiento a través del uso del poder político, antiguamente se creía que una de estas doctrinas podría ser verdadera, y de hecho, no podría esperarse que alguien que suscriba una determinada tradición de pensamiento crea que su cuerpo de ideas sea incorrecto, así habría que emplear los medios necesarios para conducir a los demás sujetos de la sociedad hacia la «verdad». Esto reducía las libertades, el utilitarismo por su contenido moral, también es un generador de opresión: de minorías, por ello Rawls pretende mantenerse alejado de utilizar un grupo de ideas en la forma sustantiva, ya que aquellos que no la suscriban no tendrían motivos para apoyarla y la estabilidad volvería a ser motivo de sometimiento político. El liberalismo Político por tanto articula por un lado la profunda relación que existe entre las personas y la tradición en las que están inmersas, y por otro lado la relación que existe entre todos los grupos de la sociedad. Rawls entiende que es parte del ejercicio libre de la razón que surja un pluralismo, y es su apoyo por este hecho lo que da contenido a su tesis sobre la libertad; mas no es un simple pluralismo la base para un nuevo acuerdo, lo que tiene en mente es un pluralismo razonable.
El liberalismo político empieza por introducir dos principios de la justicia como imparcialidad, el primero indica que todos debemos poseer un esquema de derechos y libertades iguales, libertades de deben garantizarse en su justo valor; el segundo principio introduce la posibilidad de que existan desigualdades sociales y económicas solo en virtud de dos factores: a) que se encuentren relacionados a puestos y cargos abiertos a todos, y b) que estos cargos se ejerzan en provecho del máximo beneficio de los menos favorecidos integrantes de la sociedad. Estos dos principios constituyen el contenido político-moral de la justicia como imparcialidad, lo que busca esta concepción es organizar las ideas que están dentro de la cultura pública y relacionarlas entre sí para formar un núcleo de valores políticos que puedan inspirar la naturaleza de las instituciones de la sociedad, el uso del poder político y nuestras relaciones en el ámbito público. Aquí es donde Rawls combate el positivismo jurídico, el uso frecuente de emplear la definición pura (en sentido kelseniano) de la «ciencia jurídica» dejó incomunicados: la esfera de la moral y lo político respecto del derecho, que es la responsable de organizar nuestras intuiciones más básicas de la justicia. Con Rawls estas esferas tienen una conexión y por tanto, aquellas intuiciones básicas encontrarían su reflejo en nuestras prácticas sociales institucionalizadas, pensemos por ejemplo en la condena de la discriminación racial: en un sistema positivista una norma se hace necesaria para poner cotos a las prácticas discriminatorias, aún si los miembros de la sociedad las rechazan; en criterios de la justicia política, el derecho también debe movilizarse aún en ausencia de norma positiva para reducir las injusticias que no se derivan de nuestra práctica común en el escenario político; así obtenemos que lo político y la práctica social tienen una configuración especial derivado de una perspectiva de razonamiento práctico empleado en la esfera pública. Contra esto puede argüirse que nuestras prácticas sociales están impregnadas de prejuicios y por tanto un criterio basado en la práctica social puede entrañar dos cosas: por un lado la idea de que finalmente terminamos usando un criterio utilitario por una fórmula de la práctica mayoritaria, por otro lado podríamos pensar que la práctica social es volátil y esto cambiaría las reglas del juego en razón de la historia lo que terminaría con la estabilidad de la concepción.
La justicia como imparcialidad también es una doctrina más que forma parte de la cultura pública. Lo que hace especial su planteamiento es que su tesis es procedimental, es decir, es la justicia como imparcialidad una concepción política de la justicia, que elabora a su vez un punto de vista independiente que pretende ganarse el apoyo de las demás doctrinas comprensivas razonables, este punto de vista es una concepción de la justicia política que está integrada por valores que defendemos todos aunque por distintos motivos, de esta forma si queremos argumentar por qué apoyamos tales principios, podemos recurrir a una tradición de reflexión particular o privada, y apoyarla por los motivos que consideremos más apropiados, esto asegura que pese a las profundas diferencias que nos separan, tenemos una base pública para la discusión de los asuntos públicos, esto es llamado por Rawls: razón pública. Es este nuevo consenso lo que da peso a la tesis sobre la justicia política, los valores que contiene son los valores que defendemos por distintos motivos, pero que están implícitos en nuestra cultura pública compartida forjada a través de la historia por los hitos conquistados en la lucha por nuestros derechos y el camino que ha tomado nuestra sociedad política.
Cabe hablar un poco más sobre la concepción política de justicia, Rawls entiende que su objeto es la “estructura básica”, por esta idea entendemos una sociedad democrática constitucional con todas las instituciones políticas y sociales, y los principios y normas que se articulan dentro de ella. Esta sociedad está integrada por personas que se encuentran de cara frente a su mundo social, están integrados por lazos de solidaridad, afectados por sus necesidades y comprometidos entre sí; los valores políticos están contenidos en una constitución, pero es su práctica social lo que da contenido a los principios constitucionales. Asimismo esta concepción es un punto de vista independiente, no se desprende de ninguna doctrina comprensiva, ya que es el resultado de un consenso liberal, este consenso es la explicitación de las ideas fundamentales contenidas en la cultura pública, que no es más que la cultura de trasfondo, la de lo social con todas sus instituciones y con sus prácticas diarias.
Todo lo que dijimos hasta aquí puede parecer muy ideal, que no cuenta con las razones suficientes para creer en su posibilidad, no obstante, Rawls articula para este propósito dos ideas con las que continuaremos esta exposición: la primera es la de la posición original, esta idea es un recurso de representación, cuya característica fundamental es el llamado «velo de la ignorancia», de esta manera en el acuerdo sobre los principios de justicia se eliminan las contingencias que surgen inevitablemente de las instituciones de la vida social producto de la historia, tanto ventajas como influencias quedan fuera del marco del acuerdo. Pero ello no determina aún que el acuerdo sea posible, para esto debemos articular esta idea con la concepción política de la persona, que entraña la idea de los poderes morales (la capacidad para tener una concepción del bien y para tener un sentido de la justicia) y los poderes de la razón (juicio, entendimiento e inferencia) en virtud de ello las personas son libres e iguales. Me detendré en este punto para explicarlo con mayor claridad.
¿Qué significa poseer los dos poderes morales? Significa que tenemos en nuestra percepción una idea de la vida buena y de los mecanismos para su realización, por ejemplo: la idea de que la vida buena se encuentra en el lujo y el estatus, o por otra lado en la humildad, o en el cultivo de nuestra inteligencia o en cultivo de nuestras prácticas ancestrales, todas estas ideas se tienen medios, en el caso de la vida fastuosa suponemos que esta persona empleará sus recursos para procurarse una rentabilidad, diferente del que cree en el valor supremo de la humildad quien intentará despojarse de sus bienes para alcanzar su máxima, etc.; por otro lado se encuentra nuestra capacidad para tener un sentido de la justicia, por ejemplo: somos conscientes de que todos tenemos una idea propia del bien, y por ello no imponemos a nadie nuestros intereses, pero no por un sentido altruista sino porque es un término que aceptamos todos por mutua conveniencia. Estas dos capacidades tienen un desarrollo en dos dimensiones, somos racionales en la medida en que podemos representarnos una imagen de nuestras apetencias y de su consecución, y somos razonables en virtud de que podemos proponernos términos de justa cooperación social.
La concepción de la persona de Rawls tiene también dos dimensiones metodológicas, por un lado están los poderes morales como punto de partida de su constructivismo político, pero anterior a ello se encuentra el problema de su motivación, para Rawls, las personas tienen una motivación moral, que viene dado por lo que llama su «sensibilidad moral», esta idea es importante ya que permite concebir una naturaleza de las personas tendiente a convertirse en un ideal de «ciudadanos», esta inclinación natural es un deseo dependiente de una concepción, como por ejemplo: el deseo de actuar como alguien «racional»; este deseo forma parte de la psicología moral de las personas, pero se articula como un principio del razonamiento práctico, para él esta visión de un deseo dependiente de una concepción se correspondería perfectamente con un sujeto cuya buena voluntad lo impulsara a actuar conforme al imperativo categórico kantiano.[7] La motivación es un asunto, que como en Kant, satisface nuestras exigencias de la razón; es decir, sentimos un tipo especial de satisfacción al realizar una acción que solo la razón determina.
Hemos establecido entonces cómo las personas se encuentran motivadas a actuar en virtud de un ideal que pretende organizar la vida en sociedad bajo términos de cooperación social. Ahora examinaremos brevemente cómo es posible un consenso entrecruzado, para ello es menester hablar primero sobre las doctrinas comprensivas razonables. Para Rawls, en la sociedad existe un pluralismo de doctrinas filosóficas, morales, religiosas, que son parte del ejercicio libre de la razón; sólo serán doctrinas comprensivas razonables si poseen en virtud de su carácter comprensivo: una imagen más o menos completa del mundo, así como una concepción del bien; y serán razonables si aceptan que otras doctrinas tengan esta misma primera característica y no quieran utilizar el poder político para hacer prevalecer su propia concepción del bien. El consenso entrecruzado supone un pluralismo razonable, es decir una pluralidad de doctrinas compresivas razonables, que aunque no sean compatibles entre sí compartan un conjunto de principios que puedan articularse en una concepción política de justicia. Es este pluralismo razonable lo que nos permite articular la práctica social, no se trata de los simples hechos producto de la historia, sino de la práctica compartida que motiva nuestros juicios valorativos del nivel político, por ejemplo: es un lugar común la defensa de los derechos humanos, nadie se atrevería a condenar el respeto por ellos en el nivel político, es una idea que forma parte de nuestra cultura pública y en el que coinciden solo las doctrinas compresivas razonables que no tiene espacio para los grupos radicales o los de algunos hermeneutas dogmáticos.
Con todos estos elementos pensamos en la estructura básica de la sociedad, esta sirve de trasfondo para el consenso traslapado, ahora utilicemos la posición original, en este recurso de representación, vemos que las partes situadas de forma simétrica y bajo el «velo de la ignorancia» suscriben los principios de la concepción política de justicia tomando en cuenta los poderes morales de las personas y la concepción política de la sociedad. Esta concepción política a su vez, es foco de un consenso traslapado, éste viene dado en principio por las fuerzas que históricamente impulsan los consensos constitucionales para pasar posteriormente a un consenso de las distintas doctrinas comprensivas razonables, este paso se da en virtud de una necesidad de justificación universal de razones que inspiren la discusión pública. Rawls piensa aquí en una «sociedad bien ordenada» cuando posee tres elementos: a) Todos aceptamos los mismos principios de justicia; b) La estructura básica de la sociedad cumple con estos principios de justicia; y c) Los ciudadanos tienen un efectivo sentido de la justicia y por ello cumplen con las instituciones de la sociedad.
El liberalismo de Rawls
El planteamiento de Rawls, ha dividido al mundo académico, algunos lo han criticado de utópico, y otros de haber fracasado en su tarea de construir una justicia procedimental, así por ejemplo Ernst Tugendhat entiende su planteamiento como un contractualismo moral, que no considera una moral en sentido estricto; también Jürgen Habermas ha criticado su posición por utilizar el criterio de la razón práctica que en su ideario es una vestigio del subjetivismo de la modernidad, para Habermas las sociedades modernas se han vuelto complejas y por ello introducir en nuestros esquemas el principio de razón práctica resulta insostenible; conocida también es la crítica que Amartya Sen le formulara sobre la idea de los bienes primarios. No pretendo defender aquí a Rawls de estas críticas, lo que quiero mostrar es que su planteamiento es tan poderoso en su alcance que ha despertado el interés de todas las disciplinas que tienen que hacer con la vida social y política de las sociedades modernas.
Ahora podemos preguntarnos por qué es Jon Rawls un liberal, en qué sentido lo es teniendo en cuenta su planteamiento sobre la justicia política. John Rawls se encuentra inmerso en una tradición muy antigua. Son sus esfuerzos los mismos que hicieran a Locke obligatorio para entender nuestros mundos políticos, y también a John Stuart Mill, Kant, Berlin, entre otros muy conocidos hoy en día. Lo que hace a Rawls un liberal es su preocupación por las libertades políticas, son estas libertades las que se ponen en el centro cuando se habla de la justicia. Con Rawls pensamos que las personas pueden tener espacios de libertad al interior de sus grupos y tradiciones de reflexión, esta libertad está garantizada por un esquema de controles que se justifican en una reflexión profunda sobre los términos de cooperación social. Esta concepción de la justicia limita tanto el poder político del estado que debe procurar generar mayores espacios de autonomía en las instituciones de nuestra sociedad, y por otro lado garantiza que los grupos sociales no tengan una injerencia de criterios privilegiado en el escenario político. El liberalismo político nos hace pensarnos como miembros cooperadores de una sociedad, y nos ofrece un punto en común pese a nuestras profundas divergencias. El tránsito hacia la modernidad hizo necesaria la creación de criterios de unidad y cohesión, el concepto de nación, o de raza, fueron empleados políticamente con consecuencias desastrosas. Hoy la discusión camina por entender nuestro mundo político a un nivel distinto, no es una esfera reservada a un grupo particular, es una construcción proyectada desde nuestra libertad, orientada por la razonabilidad.
La sociedad política peruana ha sufrido un trastorno severo derivado de su historia reciente, el golpe fujimorista desmontó una institucionalidad democrática que hoy intentamos recomponer. El radicalismo político aún sigue manifestándose, la derecha más ortodoxa, y la izquierda violentista, siguen detentando el poder político; contrario a lo que normalmente se cree, no forman parte de nuestra historia pasada los criterios ideológicos que intentan influenciar en la esfera de la discusión política y dirigirla. Sumado a ello la larga historia de indolencia, e injusticia social se manifiesta a través de la violencia. Es por ello que forma parte de la generación presente la discusión sobre los términos en que queremos pensar nuestra sociedad. Cómo podemos articular nuestra tradición histórica en nuestra sociedad de hoy, con qué valores estamos comprometidos, cuánto poder pueden acumular las instituciones sociales para no tiranizar a otras, qué criterios deben descartados sobre un acuerdo liberal respecto de lo político. Estas son algunas preguntas que se abren para nosotros al pensar en este liberalismo político y que sin duda quedan en el tintero de la reflexión por el presente y futuro de nuestra sociedad política.
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