La estética política de Shostakovich
Dimitri Shostakovich (1906-1975) |
En toda la historia escrita de occidente nunca ha sido mayor el impacto de la política en la sensibilidad estética que en el siglo XIX. El romanticismo expresaba esa relación con un sentimiento de nacionalidad que despuntaba sobre todo en las bellas artes. Esta relación entre creación artística y sentimiento político fue singular; en pintura, tanto Jacques Louis David (1748-1825) en Francia como Francisco de Goya (1746-1828) en España expresaban esta particular disposición hacia los contenidos cargados de sentido político. La música, por otro lado, también se contagió de este espíritu, Richard Wagner (1813-1883) ha sido reconocido como el gran maestro de la ópera romántica alemana.
Los posteriores años del movimiento cultural fueron esquivos e incluso refractarios frente a los compromisos políticos. La música moderna se apropia más bien de una sonoridad afectada en la que los motivos se funden en la propia representación musical, esta es la forma que adopta la música de Gustav Mahler (1860-1911) o la de Claude Debussy (1862-1918) éste último más bien ligado al impresionismo. Sin embargo el cuño de la música cargada de contenido político aún se haría manifiesto al este de Europa en un período de profunda represión en el seno del s. XX.
Dimitri Shostakovich (1906-1975) fue un compositor ruso que creció en la era soviética y como todos los de su generación absorbió los contenidos de la política económica, el sentimiento de represión y el optimismo impuesto. Mucha polémica despierta entre los historiadores saber si Shostakovich era o no disidente del régimen. Existen testimonios que lo sitúan a ambos lados de la línea. Lo interesante de su figura, en mi opinión, no son sus declaraciones o acciones, finalmente es harto conocido que los regímenes totalitarios europeos eran irresistibles, era una actitud prudente no mostrarse abiertamente en contra de los tiranos. La música de Shostakovich, sin embargo, expresa un simbolismo político particular y marcadamente comprometido con la crítica cultural.
La ópera “Lady Macbeth de Mtsensk” (1934) de Shostakovich, con libreto del autor y de Alexander Preiss, narra la historia de Katerina, la esposa de un mercader llamado Zinovi, quién ante las desatenciones de su marido y los requerimientos de Serguei decide ceder a la pasión amorosa y cometer un doble asesinato. Esta ópera tiene varios de los elementos que aluden a la situación de la Rusia estalinista. En el acto primero vemos a Katerina siendo hostigada reiteradamente por Boris, el padre de Zinovi; Boris es el arquetipo del tirano del s. XX: es poderoso, grotesco, desconfiado y voraz. En la escena primera del segundo acto Boris descubre la infidelidad de Katerina y decide castigar al amante, Serguei; luego de azotarlo, Boris siente hambre, Shostakovich remarca así el carácter incontinente del tirano. Katerina lo alimenta con setas envenenadas y le da muerte. Boris antes de morir le dice lo siguiente al pope[1]:
Padre, me quiero confesar,he pecado mucho.Pero debe saber tambiénque me han provocado la muerte.Las ratas mueren de este modo,se les da un veneno,un polvo blanco, blanco…[2]
Aquí Shostakovich hace confesar al tirano sus pecados y su conformidad para con su desenlace; es propio de un tirano morir como una rata. Pero más aún, en la escena segunda del mismo acto Zinovi increpa a Katerina hasta descubrir su infidelidad, en el calor de la discusión Katerina, con la ayuda de Serguei, se encarga de matar a Zinovi; de esta manera el compositor desliza la sutil sugerencia sobre cómo tratar a los herederos de los tiranos en clara alusión a Stalin. Hay un último elemento que llama la atención, hacia el final del acto cuarto descubierto el crimen de Katerina y retenida ésta junto a su amante en un campamento de reos camino de Siberia, Serguei la rechaza violentamente ante la súplica de la mujer:
Es muy difícil, después de serrespetada y honrada,encontrarse frente a un juez.Es difícil, después de la dicha y las caricias,inclinarse ante el látigo del verdugo.Es difícil, después del edredón de plumas,tener que dormir en el suelo helado.Es difícil, después de la lujuria y el bienestar,tener que caminar ¡mil verstas a pie!¡Es difícil, difícil!Pero no tengo fuerza para soportarla traición de Serguei,el odio en cada mirada suya,el desprecio en cada una de sus palabras.Eso no lo puedo soportar.[3]
Esta singular retórica del arrepentimiento es una forma simbólica de evocar el sentimiento de nostalgia que produjo el régimen represor en el pueblo ruso; el amante que despertó en su corazón nuevas ilusiones y pasiones la trata con crueldad, la misma crueldad con la que trata la dictadura a la pobre gente que la adoptó con entusiasmo.
Shostakovich tuvo otras notables composiciones que despertaron animadversión en el régimen, sus sinfonías evocaban temas dramáticos mientras el gobierno intentaba hacer creer a la gente que se encontraban en el país más próspero y feliz. Su séptima sinfonía llamada “Leningrado” conmocionó a una Rusia golpeada por la guerra, en medio del asedio de la ciudad de Leningrado, Shostakovich representó su sinfonía en la Filarmónica en 1941; logró retratar con ella el carácter trágico de la guerra, aunque Stalin se apropió de ella para adjudicarle un carácter de nacionalismo triunfal, hoy en día es considerada como un símbolo de la resistencia.
El compositor ruso fue acusado finalmente de excesivo formalismo, de hacer música contra el pueblo. Mariana Sabinina, musicóloga, narra un acontecimiento particular en el que se le pidió a Shostakovich confesar sus delitos del siguiente modo:
Mientras se acercaba al podio el viceministro de cultura, un oficial de alto rango, le entregó unas hojas de papel y dijo: “Dimitri lea esto, dice todo lo necesario”. Shostakovich estaba de pie ante el podio con esos papeles en la mano. Empezó a leerlos, lo decían todo: “He estado componiendo música contra el pueblo, esto, aquello”. En resumen era una terrible calumnia de sí mismo, un arrepentimiento muy desagradable. Y cuando llegó al punto que decía que su música era “contraria al pueblo”, se apartó de los papeles, miró a algún punto en el extremo opuesto de la sala y dijo algo perplejo, como si fuera un niño: “Pensaba que si expreso sinceramente mis sentimientos en la música no podría ir contra el pueblo. Yo mismo ¿Quién soy? Pensaba que también soy parte del «pueblo»”. Aquí recobró la compostura, bajó la mirada y siguió leyendo lo que le habían dado.[4]
La declaración de Shostakovich pone acento en un fenómeno particular de la relación entre la sensibilidad artística y el compromiso político. La cuestión va más allá de representar los deseos del pueblo o de un programa político particular, de hecho Shostakovich fue obligado a componer música para películas apologéticas estalinistas, sin embargo, estas obras son dejadas de lado frente a composiciones como la octava sinfonía, una alegoría sobrecogedora del totalitarismo. ¿Por qué estas obras han quedado registradas como patrimonio del pueblo ruso? Pienso que la respuesta se haya en una relación más estrecha entre la sensibilidad artística y determinada disposición histórica. Lo que hace inmortal a la música de este tipo es el carácter poético de la comprensión humana; la música expulsa de la esfera interna, de nuestra subjetividad, los vínculos que nos hacen una familia, un pueblo, una comunidad, nos hace explícito el sentido de pertenencia, nos vuelve un todo. La música de Shostakovich no solo se conecta con la sensibilidad del pueblo ruso, sino con la sensibilidad nuestra, actual, nos llama a la solidaridad auténtica. Más que un canal de nuestro entendimiento es propiamente una conversación entre hombres de distintos tiempos. Es lo que se conoce como cultura política.
Muy pocos artistas se han dedicado a esta tarea; creo que la obra de Shostakovich es singular y apremiante, nos interpela sobre nuestro papel social, nos recuerda que el hombre ha decidido destruirse en determinados momentos pero también nos enseña, casi paradójicamente, que podemos construir sentidos de vida compartidos; quiero terminar este breve ensayo compartiendo uno de las composiciones que más me gusta, se trata del Cuarteto de cuerda nº 8 en Do menor opus 110.
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